La futura reforma fiscal tendrá una incidencia clara en el mundo del arte. Y no precisamente para bien.

El 20 de junio pasado el Consejo de Ministros aprobó la anunciada reforma fiscal y se publicaron los textos de los anteproyectos de leyes. Estos anteproyectos modifican toda una serie de normas como la Ley del Impuesto de la Renta, del Impuesto de Sociedades, del Impuesto de No Residentes, de Impuestos Especiales, del Impuesto sobre el Valor Añadido y de la Ley General Tributaria.

La reforma se presenta compleja y aunque a primera vista puede parecer una reforma que favorecerá, a partir del 2015, la reducción de los impuestos lo cierto es que posee algunos puntos que no van a favorecer al mundo del arte ni al coleccionismo.

Según el Gobierno, los objetivos  de estas medidas son: impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo; realizar una rebaja de impuestos para todos, especialmente para las rentas medias y bajas; elevar la equidad, beneficiando especialmente a familias y personas con discapacidad; el fomento del ahorro a medio y largo plazo; la mejora de la competitividad de las empresas y un impulso a la lucha contra el fraude.

Ninguno de estos objetivos es específico para el sector del arte, lo cual es absolutamente normal, puesto que tampoco se establecen objetivos específicos para otros sectores concretos. Sin embargo, existen unas regulaciones y supresiones en la reforma fiscal que si que inciden negativamente en el mundo del arte:

– La supresión de los coeficientes de abatimiento a las ganancias y pérdidas patrimoniales procedentes de la transmisión de bienes adquiridos con anterioridad al 31 de diciembre de 1994, lo que supondrá que la venta de obras de arte de una cierta antigüedad en el patrimonio del contribuyente pueda tener un alto coste fiscal.

–  Eliminación de determinadas medidas para promover la conservación y mantenimiento de nuestro patrimonio histórico artístico.

Habrá que esperar a que la reforma fiscal esté en vigor tras los trámites parlamentarios oportunos para ver qué queda finalmente pero nos preocupa comprobar, una vez más, que el mundo del arte no se fomenta en absoluto con la introducción de normas fiscales que favorezcan al coleccionismo.